Mayra Labastida
Pálida, fría, sin un gesto que me diga cuánto me ama ¿Qué tengo que hacer en la vida para que me contestes, bella dama? De la punta de tus pies al comienzo de tus caderas, navego en mi barca de papilas gustativas, con rumbo al infinito, con rumbo al llano de tu fertilidad. Soy un ciervo entrando a la selva bendita que es tu cuerpo. Pero no hay forma de hacer que tu calor crezca ante mis cariños e intentos de saberte feliz en este encuentro.
Nada en ti cede a mis caprichos y deseos. Siempre en un silencio que hace obsceno este cuadro de gloria que pinto al tocarte centímetro a centímetro.
No hay ritmo en tus ojos, ni en tus labios. Bésame amada mía, que traigo el amor en una barca vacía que se hunde por tus desprecios.
Tu calma y tu quietud me hace pensar que desde que viniste a vivir conmigo, no sólo te aburro, sino que no soy ni significo nada en tu vida. ¿Ni una sola palabra merezco? ¿Ni un gesto de placer solidario? Dime ¿qué no soy yo quien es tu dueño?
Sigo mi misión en ese cauce, a eso has venido a este mundo, para eso fuiste diseñada. Sorda, me miras indiferente mientras sigo tocando el plástico que tienes por piel. Si un día de ese vacío que llevas por dentro naciera un corazón que le diera vida a tu silencio, seguro estoy que no te arrepentirías de haber llegado a este lugar, y responderías a mis caricias eternas. En todo este tiempo juntos, eres la única que me conoce bien, sé que disimulas mirando al cielo mientras hundo mi cuerpo en ti, sé que mis palabras jamás serán el don que te dé la vida. En varios soplidos soy yo quien te da la vida. Seca con tu palidez mis deseos necios de quedarme solo en este mundo.
Linda muñequita de plástico, que sea tu vacío de vida el que me aleje de la piel humana. Aquella que tiene pulso y que sí respira, pero que sin dudarlo es capaz de detener el corazón sincero de cualquiera que busque amarla sinceramente. Te compre un martes de lluvia, necesitaba calor en mi casa, sólo me esperaban mis muebles, te escogí rubia y pálida, callada y fría. Tú no lo sabes pero esa noche fría como tu cuerpo vacío, me llenaste de calor por los dos mil quinientos pesos que costabas.
Mujer divina que no fuiste hecha por las manos de Dios. Pedí que no me dieran factura, te compré en efectivo y sin ticket alguno, para evitar sospechas y preguntas innecesarias de quienes piensan que estoy loco. Desde ahí comprendí que un cuarto de mi salario no era nada si me había enseñado a amarte, así, vacía, también muy elegante. Prefiero tu silencio y tus desprecios, otras se irían con cualquiera, pero tú sin decidirlo te quedarás callada, sería y fría pero siempre fiel conmigo.